Haití, la prueba crucial
SANTO DOMINGO, REPUBLICA DOMINICANA.- Haití no ha tenido mucha suerte en sus experimentos democráticos. Hoy se asoma, de nuevo, a otro intento por lograrlo a través de un proceso electoral que ha sido demasiado traumático.
Unos cien millones de dólares está invirtiendo la comunidad internacional para organizar los comicios, con la esperanza de que pueda surgir un nuevo presidente y un nuevo parlamento “legitimados” por ella.
Es la única vía, o punto de partida, para reencauzar a esa nación por otros senderos en los que la inestabilidad permanente, la violencia, la inseguridad y la pobreza puedan ir cediendo y revirtiéndose.
Llegar hasta estas elecciones ha sido, parafraseando una conocida expresión, el “parto de los montes”, pues sufrieron numerosas postergaciones, provocadas por las fuerzas políticas e irregulares que han mantenido a Haití en un caos permanente.
Esas fuerzas, en verdad, no tienen una sincera vocación democrática. Sólo ambicionan un poder para ejercerlo probablemente con los mismos parámetros de tiranía o mano dura que han caracterizado a los gobiernos más estables que tuvo ese país en los últimos cuarenta años.
Pero el mundo ha cambiado y la interrelación entre países se da ya bajo otras perspectivas y bajo las nuevas realidades de la globalización. Haití no puede seguir rezagado viviendo en un atraso general.
Un paso importante, mas allá de la celebración de las elecciones, es la carnetización de tres millones de haitianos. Esto es el principio de un proceso de organización del sistema de identidad de sus ciudadanos, elemental para fortalecer la institucionalización de ese país.
Nadie espera que tras las elecciones cambie de cuajo el panorama de ancestral pobreza e inestabilidad, pero no hay dudas de que con la asunción de un nuevo mandatario y un congreso productos de unas votaciones sin fraude, es más fácil para la comunidad internacional enderezar los entuertos y proveer ayuda al régimen “legitimizado” para que trate de poner las cosas en orden.
No será fácil, si tomamos en cuenta que la tónica de la vida cotidiana es la violencia y la inseguridad y que Haití ha sido, por culpa de su liderazgo político y la irresponsabilidad de sus gobernantes, poco menos que un narco-Estado, en el que nadie puede sentirse seguro de que capitaliza el poder y en capacidad de imponer orden.
Este conjunto de lastres repercute en la vida y en la economía de nuestro país. Por lo tanto, convendría mucho a los intereses nacionales apoyar el proceso electoral para que se dé en las mejores condiciones de transparencia y credibilidad posibles.
Haití, como ha dicho el canciller dominicano, es un problema nuestro, quiérase o no. Es preciso, pues, que Haití encuentre otros caminos que lo conecten a un mundo del cual ha estado prácticamente excluido, y que se democratice y dé un salto que supere su vieja sumisión a las formas autocráticas o abusivas en el ejercicio del poder.
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