Saturday, May 14, 2005

TLC: nos jugamos nuestro destino

Cuando el Presidente de la República Dominicana acude a Washington, junto con los demás mandatarios centroamericanos, a promover la aprobación de este acuerdo en el Congreso de los Estados Unidos, lo hace con plena conciencia de que su propio pueblo ignora la magnitud o el impacto —bueno o malo— que tendrá en su economía.


Si algo conoce o entiende el pueblo sobre lo que es el TLC se lo debe, básicamente, a lo que se ha dicho de ese acuerdo en el debate local entre intereses encontrados.Es una pena que los partidos políticos, que aglutinan a un buen porcentaje de la población y que en teoría influyen sobre ella, hayan estado ajenos al debate.

Han sido fundamentalmente los sectores empresariales los que han examinado públicamente algunos aspectos conflictivos del tratado que pensamos firmar con Estados Unidos y los países centroamericanos.Pero el resto del país, diríase que la gran mayoría de los dominicanos, sólo tiene de ese tratado una vaga noción.

Es probable que en esa misma situación estén los legisladores, llamados a dar su voto de aprobación o rechazo, ya que es demasiado voluminoso el expediente.Ha llegado a las cámaras en numerosas cajas, y por la naturaleza del tratado no deja de ser tarea paciente y larga la obligación de estudiarlo.

Sólo hay que considerar que, para negociarlo, hubieron de celebrarse numerosas reuniones, no exentas de duras discusiones.

Cuando el Presidente de la República acude a Washington, junto con los demás mandatarios centroamericanos, a promover la aprobación de este acuerdo en el Congreso de los Estados Unidos, lo hace con plena conciencia de que su propio pueblo ignora la magnitud o el impacto —bueno o malo— que tendrá en su economía.Y en sus propias vidas.

El tratado implica, como se ha dicho, la eliminación de aranceles a productos que importamos, con trato recíproco para los nuestros en el mercado norteamericano y en el centroamericano.Por ende, este solo aspecto implicará una nueva reforma fiscal para recuperar, en cuanto sea posible, el sacrificio que implica perder de golpe ingresos por más de l2 mil millones de pesos.

Para las empresas locales, el nuevo esquema significa remodelarse, adecuarse y ser realmente competitivas, y aquí sabemos que existen condiciones objetivas que lo impiden a plenitud.La mayoría de los dominicanos, ante la parcial o casi nula comprensión que tiene sobre la materia, no está capacitada para discernir sobre algo que repercutirá en el destino de nuestro país.

Cuando el Presidente dice que si el tratado no se aprueba la economía dominicana se arruinaría irremediablemente, no nos ofrece en cambio alguna otra alternativa frente a tan sobrecogedor horizonte.En esta disyuntiva, sólo cabe apostar a que este vaticinio no se cumpla, exista o no tratado.


Jueves 12 de Mayo del 2005

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