Saturday, April 30, 2005

La pobreza de nuestros partidos

No es la hora todavía de cantarles el réquiem a los partidos. Pero tememos que pronto esas lúgubres notas estén sonando en toda América Latina, anunciando nuevos tiempos. ¿Mejores o peores?


Se dice que el sistema de partidos está en crisis en toda América Latina y muchos han llegado a temer que su colapso pueda significar la vuelta de las dictaduras o de modelos de gobiernos muy ajenos a las normas democráticas. El que examina el proceso latinoamericano se da cuenta de que los partidos políticos han cambiado poco a poco su rol. De fuerzas que, en principio, tuvieron capacidad para organizar a las sociedades a la luz de ideas e iniciativas democráticas, verdaderas escuelas de formación políticas, los partidos han visto debilitar ese rol. De fuerzas que se acreditaron por tener a la cabeza y en sus mandos principales a figuras de talla intelectual por sus dotes y carismas para llegar al corazón de las masas y convencerlas con la llama de un discurso patriótico y con la fama de seriedad y honestidad que proyectaban, hemos transitado hacia un escenario donde palidecen esas figuras o donde la prioridad de los partidos es otra, pura y simple, la de organizarse sólo para participar en elecciones. A la carencia de líderes auténticos, vinieron, como sustitutos, los llamados "anti-políticos", un eufemismo un tanto generoso usado para identificar a personajes que, por una razón cualquiera, tal vez no ligada a la política, alcanzaron una popularidad tal que les permitió ser vistos como potenciales conductores de un país. A otros los escogieron de lo mejor que había producido la gestión empresarial o la rama militar para que asumieran el rol que ya no podían jugar los llamados políticos tradicionales, por desacreditados que estaban, y estos emergentes han resultado peores. En ese callejón sin salida se ven ahora los pueblos que exigen a sus partidos y a sus gobiernos, en nombre de la democracia, las soluciones que prometieron y que no cumplieron. De ahí la creciente frustración y desafio de las masas a los gobiernos de varios países latinoamericanos y los temores que estos movimientos comienzan a generar en todos aquellos que aún creemos en el sistema democrático, y en sus leyes de reposición y recambio, de alternabilidad y gobernabilidad, frente a un panorama que sólo presagia más colapsos. En el caso dominicano, la pobreza del sistema se manifiesta de múltiples formas. Los partidos no forman ya a sus militantes, no convencen a nadie, ni siquiera han tenido la capacidad de movilizar a las masas frente a un objetivo que no sea esencialmente electoral, sino ciudadano, en reclamo de reivindicaciones, pero tampoco han sido capaces de intervenir en ningún debate de fondo sobre los problemas del país de manera institucional. En nombre de los partidos hablan muchos, la mayoría incapaces y desacreditadas figuras. No se recuerda un solo documento célebre o de importancia histórica que haya salido de esos liderazgos esclerotizados o desautorizados en los últimos años, enfocando a profundidad un tema de carácter nacional, y aportando soluciones pensadas, fruto de todo el rigor de un análisis y examen que venga de mentes lúcidas y comprometidas con los valores democráticos dominicanos. Es una pena que el sistema de partidos dominicano sólo se active para campañas electorales. Que ese sea su único rol. Y que sus líderes sólo muestren fiebre y voracidad para sustraer cuando llegan al Gobierno, haciendo pésimos desempeños y provocando una creciente inconformidad y desaliento, una gran desconfianza y desazón en el pueblo que los llevó al poder con tantas esperanzas. No es la hora todavía de cantarles el réquiem a los partidos. Pero tememos que pronto esas lúgubres notas estén sonando en toda América Latina, anunciando nuevos tiempos. ¿Mejores o peores?He ahí el dilema.

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