La nuestra, una sociedad viciada
Estamos viciados hasta el tuétano. Lo sabemos. Y nos duele que, al denunciar estas cosas, pretendan consolarnos con lo de siempre: ”Es que el dominicano es así, adicto al juego, y nada puede cambiarlo”. Lo cual parece cierto.
Más de 40 mil bancas de apuestas, en las que se mueve un negocio de cerca de 14 mil millones de pesos anuamente, es un claro signo de lo viciada que se ha tornado la sociedad dominicana.El mercado del juego se extiende pavorosamente.
Las bancas, 21 mil legalizadas y una cantidad semejante operando sin franquicias, son más cuantitativamente hablando, que el número de escuelas, clínicas y boticas populares juntas.
Tenemos 900 clínicas rurales, 417 boticas populares y más de 6 mil escuelas públicas, pero no podemos evitar que el 70 por ciento de los estudiantes del bachillerato abandonen las aulas antes de terminar.
Ni tampoco hemos logrado brindar a la mayoría de los dominicanos servicios dignos de salud.Sin embargo, cada una de estas bancas de apuestas realiza al día operaciones que van desde los 5 mil pesos, en promedio, a cantidades astronómicas.
Y en este cálculo no entran las cantidades que se dilapidan en casinos, en galleras, en loterías electrónicas, en fracatanes ni en rifas callejeras, todo lo cual proyecta la ansiosa esperanza que tienen muchos de conseguir algo a través de la suerte.
El Gobierno se beneficia de esta sociedad viciada por los ingresos que recibe.Las bancas de apuestas pagan un derecho de 30 mil pesos y unas anualidades de 20,500 pesos, y están dotadas de luz propia, a través de inversores, paneles solares o el servicio de las Edes; poseen computadoras, televisores, muchas de ellas parábolas para recibir señales de satélites y hasta acondicionadores de aire.Menudean por doquier.
En los campos más apartados existen estas bancas, erigiéndose como nuevos altares del juego, mientras se acentúa la pobreza de los pobladores.Una sociedad que exhibe tan impresionante cantidad de centros de apuestas, en barrios o campos, debe revisarse.
Y debe preguntarse si acaso no es más beneficioso y productivo crear las condiciones y las oportunidades para sustituirlas por aulas que ayuden a educar a más dominicanos, o por dispensarios que garanticen, minimamente, una atención de salud para tantos millones de enfermos, desnutridos y depauperados dominicanos.
Pero este no es un tema que atrae a los políticos ni a los que se dicen preocupados por nuestro futuro como nación.Estamos viciados hasta el tuétano. Lo sabemos.
Y nos duele que, al denunciar estas cosas, pretendan consolarnos con lo de siempre: “Es que el dominicano es así, adicto al juego, y nada puede cambiarlo”. Lo cual parece cierto.
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1 Comments:
Lamentablemente, esta es una realidad presente en otras partes de la América Latina y solo con educación y con un gran esfuerzo por promover nuevos empleos y alentar el valor de la creatividad podremos ir cerrando el camino a estas aberraciones.
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