Una reforma sin consultar a los de abajo
C on poco circulante en la calle o en poder del pueblo, los padecimientos se tornan mayores. Bajo un ambiente así, venir con nuevas leyes impositivas es como rociar al mismo tiempo gasolina y fuego sobre la pradera.
Nadie ha consultado a los de abajo ni a los de la clase media para saber qué opinan sobre la reforma fiscal que ahora impulsa el Gobierno en el Congreso.
Los de esa gran masa popular debieron ser los primeros consultados, porque sobre ellos es que recaerá el mayor peso de sus imposiciones, si es que acaso las cámaras legislativas se prestan para dar ese golpe de mandarria a los bolsillos de la mayoría.
Los que diseñaron el menjurje de enmiendas a las leyes impositivas existentes para extraer más dinero de los contribuyentes y consumidores son, por lo visto, grupos de poder en franca contradicción.
Lo estamos comprobando ahora. Por eso es que vemos cómo los de uno y otro sector objetan aspectos fundamentales del proyecto, para que el mayor sacrificio no recaiga sobre sus abundantes rentas y beneficios, sino sobre el esmirriado poder adquisitivo de los de la clase media y los de más abajo.
Esas contradicciones subrayan que, en realidad, las reformas son una especie de campo de Marte, donde los intereses encontrados de los poderosos chocan abiertamente, buscando cada cual que el contrario o el competidor sea el que salga abatido en la contienda.
Por eso hemos sido firmes en nuestra postura de que no pueden imponerse más gravámenes a los productos de mayor consumo y necesidad, ni más impuestos a otras actividades productivas que apenas permiten a los de clase media y los de abajo sobrevivir en medio de la crisis.
Para colmo, este no es el mejor momento de aplicar con fórceps una reforma impositiva, y solamente eso, impositiva.
Todavía no sabemos cómo el país podrá lidiar con la traumática escalada de los precios petroleros y todo el desajuste y agravamiento que produce en la vida nacional.
De hecho, con sólo haber subido el precio del barril a más de 60 dólares y experimentar, en estas últimas dos semanas, un reflejo de la inestabilidad en la prima del dólar, tenemos a la vista un horizonte demasiado nebuloso.
Estas alzas acentúan la situación de alto nivel de precios que desde hace meses mantienen productos agropecuarios e industrializados, castigando los presupuestos familiares.
Con poco circulante en la calle o en poder del pueblo, los padecimientos se tornan mayores.
Bajo un ambiente así, venir con nuevas leyes impositivas es como rociar al mismo tiempo gasolina y fuego sobre la pradera.
El momento demanda prudencia y cuidado en cuanto al volumen de sacrificios que puede exigírsele o imponérsele al pueblo.
Máxime cuando todo el mundo sabe que esa reforma fue diseñada por grupos específicos que se cuidan muy bien de no afectar sus intereses, sin darse cuenta de que, con ello, abonan las condiciones para indignar y atropellar aún más a los que menos tienen y pueden.
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