El poder mediático
SANTO DOMINGO, R.D.- El periodismo puede seguir siendo auténtico y comprometido, más corajudo en la búsqueda y exposición de la verdad, en alzar su voz, cada vez que sea preciso, para denunciar las anormalidades de una nación, y en dar luces a las sociedades para que encuentren su mejor destino.
Sólo bastó que Radio La Luna, de Quito, Ecuador, abriera los micrófonos para que el pueblo expresase su disgusto con el gobierno del coronel Lucio Gutiérrez y que a partir de esa trasmisión cobrara fuerza, hora tras hora, el movimiento popular que lo derribó del poder hace pocos meses.
En Bolivia, algunos medios de comunicación olvidaron momentáneamente que el Presidente Carlos Mesa era uno de sus viejos exponentes y colegas y también contribuyeron a su forzada renuncia, al alentar protestas populares y de indígenas, de la misma forma en que lo hicieron con su antecesor, Gustavo Sánchez de Lozada.
En Brasil, un consagrado periodista que había perdido su puesto y que optó por crear un blog en el internet se convirtió en el principal difusor de las denuncias que hoy han puesto al gobierno de Ignacio Lula da Silva en la cuerda floja.
En otros países, la fuerte artillería de denuncias de corrupción gubernamental de la que hacen uso los medios de comunicación ha mellado las bases de sustentación de regímenes o ha obligado a urgentes correcciones y cambios de rutas.
Cada vez más, los medios de comunicación adquieren un poder que ahora le llaman mediático y en significativo grado juegan un rol activo en las contiendas de una nación. Este fenómeno ha puesto a reflexionar a los periodistas sobre los alcances de sus verdaderas responsabilidades.El asunto se discutió ampliamente en un foro sobre la calidad de los medios audiovisuales y las nuevas demandas sociales de América Latina, recién clausurado en la ciudad de Monterrey, México, con el patrocinio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que dirige Gabriel García Márquez, y la Corporación Andina de Fomento y Cementos Mexicanos (CEMEX).
La conclusión es que los medios de comunicación de masas se han convertido en verdaderos actores políticos e influyen, según sus preferencias e intereses, en los cursos políticos de un país, poniendo en juego su credibilidad, su papel independiente e imparcial y su propia responsabilidad social.
Tal vez esa no fue su intención original, sino el resultado de un creciente proceso de desencanto y frustración de las propias sociedades con sus líderes y partidos políticos, que han amasado y usufructuado incontables cantidades de dinero sin lograr resolver los problemas más acuciantes de sus pueblos y que han perdido confianza y credibilidad para representar los legítimos intereses de la ciudadanía.
Este papel tan relevante no puede cegar a los medios ni hacerlos creer que ellos deben seguir siendo jueces y parte de estos procesos. El periodismo puede seguir siendo auténtico y comprometido, más corajudo en la búsqueda y exposición de la verdad, en alzar su voz, cada vez que sea preciso, para denunciar las anormalidades de una nación, y en dar luces a las sociedades para que encuentren su mejor destino.
No se debe confundir la línea de opinión y de información con la de la acción política, porque eso equivaldría a hipotecar la confianza que tiene el pueblo en el ejercicio y la misión de estos medios. Esto no quita, sin embargo, que ese poder mediático esté siempre en alerta para impedir tantas desviaciones y tantas anomalías que degradan a la sociedad, y para contener los desmanes de los políticos corruptos o desvergonzados.
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