Desorden y caos (y 2)
SANTO DOMINGO, REPUBLICA DOMINICANA.- Si este país va a la deriva, cada cual haciendo lo que le venga en ganas, es porque ha habido discontinuidad de las obras positivas y demasiada permisividad para el libertinaje, todo lo cual hace decaer la fe en la autoridad y nublar nuestros más inmediatos horizontes.
El caos y el desorden que caracterizan hoy al país revelan que esta sociedad está desarticulada a todos los niveles. El ciudadano siente que ya nadie lo representa. Los interlocutores clásicos han perdido ese rol y los nuevos que intentan sustituirlos, para canalizar las expectativas del pueblo, no se están dando cuenta de que también están perdiendo la confianza popular.
Si se trata de un ciudadano pobre, peor es su drama. La experiencia es que su voto sólo ha servido para subir gobiernos que les prometen cambiar de cuajo sus precarias condiciones de vida, pero que terminan agravándolas.
La unidad familiar se ha hecho trizas y abundan los hijos sin padres o sin hogares estables. Cada quien “se la busca” como pueda, y esto hace que la ferocidad -y no la solidaridad- sea el signo que caracterice la competencia por sobrevivir en una sociedad que carece de reglas, de moral y de valores.
El que va al Estado no va a servir necesariamente a la nación, sino a sus propios intereses o ambiciones. Por eso es que tantos ladrones nacen o se hacen en la cuna del erario público, y desvalijan impunemente a la nación.
Queremos vivir de las apariencias y pretendemos ocultar las tremendas opacidades de la pobreza, el caos y la mediocridad, con un derroche de yipetas, carros de lujo y otras vanidades que se adquieren mediante el fiao, el endeudamiento irresponsable o con el producto de múltiples acciones non sanctas.
En esa carrera de ostentaciones, perdemos de vista el destino nacional. Y este destino sólo se cincela, adquiere forma y sentido, si existe una sociedad que cohesiona lo mejor de sus ideales y pensamientos con el vigor de una acción continuada y consciente de sus ciudadanos, para alcanzar altos objetivos.
Si a nadie le importa que la corrupción, la delincuencia, el narcotráfico y el irrespeto a las personas y a las buenas costumbres sigan entronizándose en la sociedad, en poco seremos una ficción de nación.
El Presidente Ferrnández lo ha dicho, con deshinibida franqueza: esto se ha convertido en un desorden y un caos, donde no hay un sistema organizado sobre nada.
Pero más allá de esas realidades, la causa mayor radica en que los gobiernos dicen una cosa y hacen otra.O no hacen las cosas bien, y esto frustra y desencanta a la gente. Si el pueblo no percibe que la autoridad hace imponer la ley y la justicia, pues él se la procura como pueda.
El engaño al fisco y a los consumidores van de la mano, y la calidad de muchos productos y muchos servicios es cuestionable o pésima. De esta suma de infuncionalidades es que surge el reclamo de una “mano firme” que restaure la primacía del Estado y del Gobierno sobre la sociedad, y que la oriente hacia el respeto, el trabajo, el orden y el sacrificio.No que la exprima ni le enajene los beneficios pecuniarios y sociales a los que tiene derecho.
Si este país va a la deriva, cada cual haciendo lo que le venga en ganas, es porque ha habido discontinuidad de las obras positivas y demasiada permisividad para el libertinaje, todo lo cual ha hecho decaer la fe en la autoridad y nublar nuestros más inmediatos horizontes.
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