Friday, August 12, 2005

Francia debe retirar a ese embajador

En términos justificadamente fuertes, el presidente de la Suprema Corte de Justicia ha denunciado ante la Cancillería dominicana lo que él considera “injerencia descarada e inaceptable” del embajador francés en los asuntos internos del Poder Judicial.
Ha dicho el magistrado juez Jorge Subero Isa que el diplomático Jean Claude Moyret ha incurrido en una serie de diligencias directas, verbales sobre todo, para interceder por ciudadanos franceses con procesos abiertos en nuestro país.
Subero Isa afirma que el embajador lo llamó para quejársele de una supuesta desatención suya, como presidente de la Suprema, a sus continuas solicitudes y llegó al colmo del injerencismo calificando a la justicia dominicana como “completamente podrida”.
No es la primera vez que este diplomático se ve involucrado directamente en asuntos que maneja la justicia dominicana, ya que han sido muy frecuentes sus pronunciamientos directos, con opiniones muy subjetivas, sobre la forma en que se administra ese poder del Estado, sin que nadie, hasta este momento, le haya llamado la atención.
La situación, ahora, amerita que el Gobierno le haga bajar los humos y que utilice la vía diplomática para exigirle al Gobierno francés una amonestación por tales excesos.
Aunque, a decir verdad, lo que procede es que frente a un caso de “injerencia descarada e inaceptable”, denunciado por el Poder Judicial, encarnado en el presidente del máximo tribunal del país, Francia ponga fin de inmediato a la misión de su embajador en el país.
Ya no hay maneras de mantener unas relaciones cordiales y normales entre ambos países, si uno de los poderes del Estado, como es el caso del Judicial dominicano, se siente lastimado y hasta insultado por el proceder atrevido y excesivo del embajador.
Con este comportamiento, el embajador pone en peligro los vínculos de cooperación y amistad que existen entre ambas naciones, tal como lo afirma el presidente de la Suprema.
Lamentablemente, hay diplomáticos que se han creído que por estar acreditados ante un gobierno de un país subdesarrollado y dependiente de las inversiones extranjeras, pueden pasar por alto las más elementales normas de la diplomacia, hasta llegar al extremo de ejercer presiones internas y desconsiderar a un poder del Estado.
El embajador francés ha actuado, a menudo, como un censor del país y sobre todo del Poder Judicial, al que le ha criticado una supuesta inacción frente a procesos en curso, pero si consuetudinaria ha sido su actitud de ver la paja en el ojo ajeno, jamás ha intentado ver la tremenda viga en el suyo.
Nadie aquí, sin embargo, por respeto a su investidura y al país que representa, le ha llamado la atención sobre sus excesos, hasta que ahora lo ha hecho, responsablemente, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, por lo que cabe, repetimos, su pronta retirada del país, al que ha maltratado con su “injerencia descarada e inaceptable”, algo “non grato” al orgullo nacional.

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