Sunday, June 19, 2005

El terrible encanto de las trapisondas políticas

SANTO DOMINGO, R.D.- El engaño, la trampa, la jugada sucia, no han estado ausentes del ejercicio de la actividad política en nuestro pais, y por esa razón es que hemos visto cómo los enflautadores se meten a este oficio y logran, con tales destrezas, llegar al poder y desfalcar el erario sin miedo a las consecuencias.

La democracia nuestra, quiérase o no, ha garantizado hasta ahora esta nociva inclinación, que tiene sus reflejos mas elocuentes en las trapisondas que caracterizan las asambleas o convenciones de los partidos o en la libertad con que el llamado ¨clientelismo político¨echa manos a recursos públicos para comprar adhesiones y votos.

Por eso la función pública ha llegado a grados de envilecimiento inaceptables y bochornosos, ya que los enflautadores de profesión y de éxito dentro de las organizaciones han podido escalar altas posiciones en los gobiernos desde las cuales han satisfecho sus afanes de lucro y de poder.

La suerte de millones de pobres o desamparados, las penurias de la clase media o la crisis de los servicios públicos, no figuran en una agenda seria y honesta que los comprometa a hacer algo mejor por el pais.Se quedan como simples y demagógicos listados de promesas en los programas de gobierno que se venden al electorado.

Se supone que la democracia funciona sobre la base del respeto al sistema de elección y de representatividad. Sin embargo, este es uno de los principios mas zarandeados porque no han faltado las tramposerías ni las manipulaciones perversas de la voluntad popular, sea cual sea la escala en que tratan de manifestarse.Tanto si acontece en elecciones generales, como si se hacen en los pequeños universos de los partidos.

Con todas esas lacras, el sistema partidario no ha podido deshacerse de ellas.Ni parece que hay mucha voluntad en los líderes para adecentar el esquema.De ahí que todas las ideas que hierven en la sociedad moderna para reformar ese sistema, comenzando por hacerlo desde la propia Constitución de la República, chocan con estas resistencias.

Aún sabiendo de estas imperfecciones, todavía los partidos y los políticos pueden considerarse entes suertudos, porque se les financian sus actividades con fondos que deberían emplearse en causas mas positivas y nobles, y no en actividades en las que las levedades morales se asumen como consustanciales al oficio.

A veces la llamada gobernabilidad no es mas que un pacto entre culpables, para lavar todos los trapos de la corrupción en el patio del sistema partidario, por el temor de que, si se hace afuera, a la vista del pueblo, otros serían sus veredictos a la hora de ir a las urnas a decidir el destino nacional.

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