La delincuencia semoviente
SANTO DOMINGO.-Era previsible que, sintiéndose acosados en sus madrigueras, los delincuentes buscaran otros escenarios para sus fechorías, como lo estamos comprobando ahora.
Sectores residenciales que permanecieron ajenos, durante muchos años, a las incursiones de pandillas o de bandoleros en solitario o en parejas, comienzan a sentir hoy el castigo de esta plaga de antisociales.
Mucha gente tiene la percepción de que el modelo de seguridad implantado por las autoridades en los barrios más afectados por la criminalidad es lo que ha provocado este movimiento de traslación de los delincuentes.
Como una buena cantidad de equipos y agentes está distribuida en esos sectores periféricos montando vigilancia continua en calles, callejones, parques y plazas, los malandrines se mudan de territorio y cometen sus fechorías en sectores en los que presumen que la vigilancia o el patrullaje es menos sistemático o fuerte.
Las quejas de muchos sectores de que se sienten acosados por las acciones cotidianas de atracadores y bandidos demuestran que ya, indefectiblemente, no queda ninguna zona de la ciudad inmune al bandolerismo.
Esto duplica el desafío que tienen las autoridades de combatir este flagelo de la forma más eficaz posible, para yugularlo antes de que se convierta en una epidemia incontrolable.
Hasta ahora, el plan establecido en distintos barrios de la Capital y Santiago ha permitido un descenso en los niveles de acción de los delincuentes, pero curiosamente la frecuencia se hace mayor en las zonas que no tienen este servicio de vigilancia.
Se supone que como en estos últimos sectores residen personas de mediano y alto poder adquisitivo, están en mejores condiciones de pagar servicios privados de vigilantes o instalar sistemas de alarma y de seguridad en sus residencias.
Pero esto no basta a la hora en que se aposente en ellos la plaga de delincuentes que, con desparpajo, impunidad y extremada osadía, atacan de día y de noche a ancianos, a hogares y a automovilistas.
Hubo un caso insólito de un invididuo que, aparentemente bien trajeado, se desmontó de una yipeta (robada, por supuesto) para atracar a un miserable limpiabotas.
Hasta estos extremos están llegando las cosas en una ciudad insegura, casi a merced de unos pocos que atemorizan, atracan y matan con toda libertad.
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