Friday, March 11, 2005

Un cambio radical para las prisiones

A estas alturas, la experiencia siniestra de Higüey debió mover a las autoridades para producir un desarme general en las cárceles, pero no un desarme para fines publicitarios, sino real.


El Gobierno ha recibido ofertas de una empresa española para la modernización de las cárceles dominicanas, justo en el momento en que hemos sufrido la mayor tragedia en nuestro sistema penitenciario con la muerte de 135 personas en la prisión de Higüey.

La empresa Equipos Tecnológicos y Maquinarias (EQUINSA), que representa el empresario español César de la Prida, ejecutará el programa de escuelas técnicas de atención médica y odontológica para las cárceles dominicanas, según informó el presidente Fernández en Madrid.

Hay que suponer que, por el monto envuelto en el proyecto, la modernización iría más allá del mejoramiento de infraestructuras y que abarcaría mecanismos de seguridad, así como nuevas normas, para cambiar los patrones que hoy rigen dichas cárceles.

Las propias autoridades han reconocido que en esas prisiones predominan bandas o capos que se disputan el control de los negocios internos, llegando a imponerse con los verdaderos mandantes, con más poder e influencia que aquellos que, revestidos por el uniforme o por la representación judicial, nominalmente son sus encargados.

A estas alturas, la experiencia siniestra de Higüey debió mover a las autoridades para producir un desarme general en las cárceles, pero no un desarme para fines publicitarios, sino real.Y tanto como real, de efectos permanentes.

Hay que terminar con ciertas prácticas que acercan más de la cuenta, hasta el punto de que devienen en intimidades, a los custodias con sus reos, propiciando violaciones de normas éticas, negocios turbios, todo lo cual conspira contra el deseo de la sociedad de que las cárceles sean centros de regeneración, asistencia y reforma de ciudadanos marcados por el delito.

Hay que avanzar hacia un sistema más organizado. Pero, para alcanzarlo, es preciso adecentar los recintos, imponer y hacer respetar las normas apropiadas de conducta, tanto para presos como para custodios, y mejorar las oportunidades para el aprendizaje, la enseñanza y la salubridad.

Cuando se crean escuelas y talleres, los reclusos pueden ocupar su tiempo en tareas óptimas y reproductivas. Pero si echan los días entre rejas o en medio de una ociosidad inútil, o si se conforman con vivir bajo las muy particulares reglas que fomentan la promiscuidad, la drogadicción y todas las aberraciones que caben en un ambiente así, de nada valdrán nuevas inversiones ni darles un nuevo rostro arquitectónico a esas prisiones.

Hay que cambiarlas por dentro, de arriba a abajo, en lo conductual, en lo operativo, en lo normativo, para que no vuelvan a repetirse tantas tragedias, en escala mayor o menor, pero siempre dolorosas y traumáticas para todos.

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