Decepcionante
En menos de ese tiempo, con las abundantes pruebas en poder de las autoridades y con las que éstas recopilaron antes de asumir el poder, era suficiente para que se diera un ejemplo a toda la nación y se encarcelaran y se sometieran a juicio a todos los corruptos
En buena lógica, a ningún gobierno serio debería reclamársele que actúe contra la corrupción. Es más, un gobierno serio tampoco debería permitir que se llegue a este extremo.Por múltiples vías y de múltiples formas, el país le ha pedido al presidente Fernández que muestre voluntad, determinación y energía para castigar la corrupción rampante de las anteriores autoridades gubernamentales.No es una exigencia que desborda la demarcación de la autoridad que ejerce, ya que esa es su competencia.Todo cuanto ha ido en desmedro de la ley, de la Constitución y del erario público –justamente lo que se percibe que fueron los graves pecados de los pasados administradores– ha causado un daño a la Nación.Un daño que sólo se repara por la vía de la justicia, a la que un Estado, sintiéndose perjudicado, tiene todo el perfecto derecho de recurrir con las pruebas en las manos, sin que ningún miedo, ninguna componenda, ninguna indulgencia inmerecida lo pueda detener.Actuar de esta forma fue su compromiso en la campaña electoral y, luego, al asumir el poder.De entonces hasta acá, la experiencia ha sido desalentadora.La gente que se ilusionó con la idea de que la depredación no quedaría impune se encuentra ahora desalentada y pierde toda su expectativa en este sentido.Muchos llegan a sospechar de todo, a imaginar las posibles razones de los pretextos o de las evasivas oficiales frente a esta cuestión.Se preguntan, realmente, si pesa más una gobernabilidad negociada, éticamente impropia, o la sanidad del país, la sanidad del ejercicio de las responsabilidades públicas de los funcionarios.Si muchos grupos, personas y entidades parecen unánimes en su insistente reclamo de acción contra la corrupción es porque la tarea de hacerlo aún no ha comenzado.Está pendiente.No es un problema de impaciencia, como parece verlo el Presidente Fernández al decir ayer que lo más importante es la prevención, no la coerción absoluta.No es tampoco un problema de que el Gobierno tiene siete meses. En menos de ese tiempo, con las abundantes pruebas en poder de las autoridades y con las que éstas recopilaron antes de asumir el poder, era suficiente para que se diera un ejemplo a toda la nación y se encarcelaran y se sometieran a juicio a todos los corruptos.Tiempo ha habido, y de sobra. Voluntad es lo que ha faltado. Eso es lo decepcionante, lo más desalentador.
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