El hacinamiento humano se hará más grave
SANTO DOMINGO, R.D. El gran hacinamiento humano que se ha creado alrededor de los espacios que Balaguer trataba de proteger y mantener al margen de la voracidad urbanística, no sólo ha representado un gran deterioro para millones de familias que no alcanzan a disfrutar de un estilo digno de vida, sino que ha sido fermento principal de la delincuencia.
Cuando Balaguer construyó el Expreso Quinto Centenario y abrió, en el corazón de San Carlos y Villa Francisca, la gran avenida México, el cuadro compacto de la pobreza en aquel momento pareció romperse en muchos pedazos.
A estos dos grandes proyectos viales sumó Balaguer el reacondicionamiento de los barrios La Ciénaga y los tugurios creados a las orillas del río Ozama, prohibiendo inclusive —con presencia militar— nuevos asentamientos.
Se creó, en el entorno del Ozama, el parque Mirador del Este como una barrera a la amenaza de la expansión urbana descontrolada, y en la otra orilla se erigieron nuevas edificaciones para tratar de adecentar la vida en esos lugares.
Pocos años antes, Balaguer había hecho otro ejercicio de “desorganización de la pobreza”, creando las urbanizaciones Las Caobas y repoblando Los Alcarrizos.
Ese fue su estilo, pero en el fondo la estrategia de partir en dos los segmentos más abigarrados y más pobres que tenía la ciudad en ese momento, y que parecían asfixiar sus posibilidades de crecimiento, le resultó útil.
“Desorganizó la pobreza”, a cambio de crear otras condiciones para los nuevos asentamientos y manejar, en condiciones más cómodas, el proceso de rescate de los ríos Isabela y Ozama, que hoy aparentemente no se puede emprender por falta de recursos.
El gran hacinamiento humano que se ha creado alrededor de los espacios que Balaguer trataba de proteger y mantener al margen de la voracidad urbanística, no sólo ha representado un gran deterioro para millones de familias que no alcanzan a disfrutar de un estilo digno de vida, sino que ha sido fermento principal de la delincuencia.
Ahora el panorama se torna más preocupante, según las proyecciones que se han hecho en el sentido de que para el año que viene, el 2006, cerca de un 40 por ciento de la población dominicana vivirá apretujada en esos barrios de la capital y de Santiago, acentuando más el cuadro general de crisis y carencias. A este fenómeno humano no se le ha podido enfrentar adecuadamente, porque los gobiernos lucen más empeñados en embarcarse en obras lujosas, grandilocuentes y costosas, que en atacar el grave problema humano que se engendra en los tugurios.
Cabría preguntarse si no vale la pena emprender obras de reforma, viales y de edificaciones, en aquellos nucleos de pobreza, para producir no sólo empleos sino un cambio en las condiciones de vida de sus habitantes, y proveerles servicios de agua y de energía, y otros básicos, cosas que no se pueden ofrecer en esos laberintos cerrados, angostos y enlodados, de los que sale de noche el rumor lacerante de los gritos de los hambrientos, los alaridos de la violencia intrafamiliar o los tiros que se intercambian delincuentes y policías, o delincuentes entre sí.
¿Vale la pena hacerlo? por supuesto. Sólo falta la voluntad y la conciencia clara para saber que estamos aventando una peligrosa bomba social.
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