Que la autoridad tome el control de las calles
El país agradecerá que el Gobierno mantenga a soga corta a los delincuentes y no les deje espacios para atacar impunemente como hasta ahora lo han hecho. Mientras más tarda en darle este golpe esencial, más pronto estamos de caer de rodillas frente a sus malvados designios.
En lo que el nuevo plan de seguridad democrática da sus frutos, que no lo será por ahora, el Gobierno debe asumir el problema que le plantea la creciente delincuencia en el país como una de las más críticas amenazas a su propia estabilidad.
En consecuencia, lo mejor que puede hacer en estos momentos es disponer de un enérgico plan de emergencia policial y si se quiere hasta militar, para romper de inmediato el ciclo creciente de delincuencia que cada día cobra más víctimas inocentes.
No hay otra forma de disuasión posible que no sea desplegando a nivel de toda la Capital, Santiago y algunas provincias del país la mayor capacidad de agentes o soldados, al estilo como se hace en tiempos en que el orden público se siente amenazado por una huelga o por desórdenes callejeros generalizados.
Lo que está ocurriendo ahora es peor, porque la criminalidad ya no tiene pausas, ni horarios, ni zonas. A los delincuentes no se les asusta ni se les persuade con teorías, con documentos ni con planes bien elaborados, sino con la fuerza y la energía que la ley le asigna a sus cuerpos de seguridad nacional.
Los delincuentes están actuando a sus anchas porque sienten que la Policía Nacional está en baja, con pocos recursos y agentes en las calles, o porque perciben que la ciudadanía ya no tiene tanta confianza en ese cuerpo, en razón de la participación de muchos de sus miembros en la actividad delictiva.
Las recientes incursiones de la llamada Policía Preventiva en diversos barrios de la Capital ha demostrado que en ellos hay verdaderos arsenales y bandas armadas y organizadas para repelerlas.
Si esas bandas se uniformaran y asumieran una consigna política, no estarían lejos de asemejarse a unas guerrillas urbanas. Se han adueñado de zonas específicas en las que florece el negocio del tráfico de drogas. Los delincuentes atacan en cualquier lugar, y lo peor es que matan por cualquier cosa.
Si una situación de este género se enraiza y se hace costumbre, la sociedad, la economía, la coexistencia ciudadana, sufrirían un tremendo daño.
Por eso urge un golpe de "shock", una acción enérgica de las autoridades, mediante un plan sistemático de allanamientos, presencia continua y control de barrios y zonas vulnerables, hasta que pueda concebirse o ponerse en marcha el mecanismo de prevención y seguridad democrática que está contenido en el documento que las autoridades entregaron al Presidente de la República.
El país agradecerá que el Gobierno mantenga a soga corta a los delincuentes y no les deje espacios para atacar impunemente como hasta ahora lo han hecho. Mientras más tarda en darle este golpe esencial, más pronto estamos de caer de rodillas frente a sus malvados designios.
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