El laberinto en que nos encontramos
SANTO DOMINGO, REPUBLICA DOMINICANA.-Un tour por la realidad nacional es casi lo mismo que entrar en un laberinto en el que fácilmente se atraviesa de la comedia a la tragedia, sin que a veces podamos distinguir la una de la otra.A la admisión de una alta autoridad de que aquí todo el mundo hace lo que le venga en ganas, como si viviésemos del relajo, podríamos añadirle el sesgo sobrecogedor que va tomando la delincuencia dentro del mismo Estado.La red tejida por regidores, oficiales del Estado Civil, autoridades enquistadas en Migración y Cancillería, para traficar con personas usando pasaportes oficiales, es apenas una muestra.Si sólo para montar un negocio que, por lo que se ha descubierto hasta el momento, funcionaba con mucha normalidad y rentabilidad, hubo tan especial contubernio, hay que imaginar que a otros niveles las oportunidades para hacer trampas y crear mafias son infinitas.El que un grupo de personas haya podido falsificar actas de nacimiento o declaraciones tardías y otros documentos de las oficialías civiles -es decir, contaminar la base de la identidad nacional-, y que pueda valerse de pasaportes oficiales auténticos, y de la complicidad de la autoridad para validar lo ilegal y lo mal hecho, sin que nadie se hubiese dado cuenta, revela lo poco estricto que es el control de estos procesos y documentos.El de los pasaportes es un negocio que, por la cantidad de regidores y hasta síndicos implicados, parecía bastante extendido a otras demarcaciones. ¿Cómo podía operar con tanta facilidad sin que pudiesen ser descubiertos a tiempo? Ante ese vergonzoso escándalo, algunos países van a exigir visados en los pasaportes oficiales dominicanos, para no verse expuestos a las consecuencias que pueden derivarse de su uso por parte de malandrines o usurpadores.Talvez como ese de los pasaportes existan otros negocios a los que la autoridad, consciente de su ilegalidad y perversidad, se entrega para saciar su afán de lucro.Esta práctica es lo que acaba dándole carácter de norma a la obligación que tiene todo usuario de los servicios del Estado de “picotear” o pagar “peajes” en cada tramo de una diligencia, para que las cosas puedan funcionar.Lo de los vehículos robados y usufructuados por la Policía fue un pasaje de esa cultura. Otros de ellos son los frecuentes atracos en que los autores forman parte de la autoridad legal, los grandes negocios que se logran haciendo fluctuar la prima del dólar, las tajadas que mueven veredictos y aprobaciones de actos del Estado, los cobros disparejos en oficialías o consulados, las expropiaciones de propiedades que nunca se pagan o se pagan tardíamente y devaluadas, y un sinfín de irregularidades que ponen al desnudo, como caricatura, a lo que pomposamente tenemos como un “Estado moderno”.
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