Hagamos ahora lo imposible
SANTO DOMINGO, REPUBLICA DOMINICANA.- Ahora el destino de la nación está en manos de una sociedad diversificada por los intereses sectoriales, pero aparentemente distraída ante los peligros que nos acechan desde distintos frentes.
“Hagamos ahora lo imposible y dejemos lo difícil para mañana”. Así rezaban unos carteles que aparecieron en las calles de Jerusalén, cuando apenas nacía el Estado judío.
El mensaje, sin lugar a dudas, era una invitación ferviente y consciente al pueblo para que asumiera los sacrificios que conlleva la construcción de una Nación nueva.
En ese caso, el nuevo Estado emergía en un escenario circuido por la sangre y los actos heroicos de los valerosos independentistas, prácticamente cercados por las artillerías de los grandes ejércitos árabes.
Lo imposible y lo difícil no se diferencian en mucho, si a los pueblos les falta voluntad, decisión y perseverancia en la consecución de sus grandes objetivos nacionales. Y como quiera que se plantee la ecuación, una cosa o la otra terminan concatenándose para hundir a los pueblos faltos de esa energía y esa firmeza de acción.
Hacer lo imposible equivalía, en esos momentos, a sacrificar hasta la propia vida para mantener la independencia, lograda en una atmósfera frágil e insegura, a toda costa y a cualquier costo.
Exigía alerta continua, audacia frente al enemigo, intrepidez en la lucha y, sobre todo, inteligencia y sabiduría para poder defenderse con pocos recursos y personas frente a la gigantesca maquinaria de guerra de los árabes, y trocar destreza por fuerza bruta.
Una vez enfrentados a lo imposible, la tarea de afianzar la independencia y la autonomía iba a exigir otros retos cruciales, como el de organizar y poner a funcionar las instituciones, asegurar a los ciudadanos contra las amenazas, crear infraestructuras de producción y robustecer y especializar a sus fuerzas de defensa.
Una nación emerge, se sostiene y crece sólo si sus ciudadanos presentan el pecho ante lo imposible y lo difícil, como lo han hecho los israelíes y los de otros pueblos.
Los dominicanos deberíamos pensar un poco en esta extraordinaria sentencia y aunarnos en un propósito que permita salvar lo bueno que hemos alcanzado en la democracia —que no es tan imposible— aunque tengamos que pagar por ello el precio de toda dificultad, no importa su rasgo.
Los políticos y los partidos, que han tenido el mandato de encabezar el proceso de afianzamiento de la democracia y garantizar la continuidad del Estado, han fallado en esta responsabilidad.
Y ahora el destino de la nación está en manos de una sociedad diversificada por los intereses sectoriales, pero aparentemente distraída ante los peligros que nos acechan desde distintos frentes.
No somos solidarios ni nos hemos unido para enfrentar ahora lo imposible —que es justamente la unidad en la lucha por la estabilidad y el engrandecimiento—y si no damos el primer paso en esa dirección, no tendremos ni coherencia ni fuerzas —en el futuro— para lidiar con lo más difícil, es decir, con una Nación que pueda quedar envilecida y anémica por culpa de la inacción de sus grandes hijos.
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