Thursday, October 27, 2005

Nuestras escuelas, un cuadro deplorable

SANTO DOMINGO, REPUBLICA DOMINICANA.-En las condiciones en que ahora se encuentra, la escuela desarraiga y desalienta, en lugar de atraer y capacitar a los estudiantes. Esta es una dolorosa realidad que el populismo, la demagogia y el llamado “modernismo” no pueden jamás ocultar.

Sabemos que la educación se enfrenta al reto de un cambio radical que transformará los modelos que hasta ahora conocemos para la pedagogía y el aprendizaje.
En la medida en que las tecnologías modernas y la informática facilitan la enseñanza de las materias prioritarias en la formación de los individuos, los viejos formatos tienden a desaparecer gradualmente.
Aquí estamos en el umbral de esa transición, y desde el Gobierno se percibe interés y premura por adentrarse en ella promoviendo la creación de aulas virtuales y facilidades para llegar hasta la tele-educación.
Nadie discute que estamos obligados a la readecuación, pero creemos que antes de hacer una apuesta presurosa para forzar el cambio debemos mejorar sustancialmente algunos aspectos que debilitan nuestro actual sistema educativo.
No es posible que hayamos iniciado el año escolar con numerosas instalaciones escolares en franco descalabro, con mobiliarios semidestruidos, con gravísimas precariedades de todo género y sin que hayan sido resueltas las quejas de numerosos profesores a los que no se les pagan sus salarios desde hace meses.
El panorama que ofrece hoy la escuela dominicana es penoso y vergonzoso.Aparte de las dificultades para cumplir los horarios establecidos en el calendario, en muchos casos por la irresponsabilidad de los maestros, las condiciones ambientales y docentes en esas escuelas sólo empujan al desaliento del estudiante y a su deserción.
No es extraño que abunden en los medios de comunicación las quejas sobre las críticas condiciones en que se imparten las clases, y no hay dudas de que mucha de la culpa de estas precariedades se debe a los pocos fondos destinados a Educación en el presupuesto de gastos de la nación.
En tales condiciones, ni siquiera es posible cumplir con un mandato fundamental de la educación, que es el de preparar al ciudadano en el conocimiento, asimilación y respeto de los valores éticos y morales de la sociedad, para que el producto que salga de las aulas sea útil al país.
Si la escuela deja de ser paradigma porque los locales son más ruinas que otra cosa o porque los maestros no agotan correctamente su rol, el país estará arriesgando su propio destino y su futuro.
En una época en que los problemas sociales y económicos nos angustian y que la corrupción conmueve y corroe las instituciones, la escuela es la última esperanza de salvación.
En las condiciones en que ahora se encuentra, la escuela desarraiga y desalienta, en lugar de atraer y capacitar a los estudiantes.
Esta es una dolorosa realidad que el populismo, la demagogia y el llamado “modernismo” no pueden jamás ocultar

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