Una visión exagerada e injusta
SANTO DOMINGO, RD.- Estas distorsiones se difunden y adquieren afuera categoría de verdad porque aquí carecemos de una eficaz maquinaria para poner las cosas en su justo lugar cuando se nos hace daño de esa manera.
Es demasiado exagerada, y por tanto injusta, la visión que ofrece el "The New York Times" sobre la supuesta situación de peligrosidad en que viven los haitianos en nuestro país.
Todavía es más absurda la versión de que aquí solemos matar dos de tres haitianos y dejar uno que huya para que asuste a los suyos con la idea del genocidio.
Estas informaciones descabelladas, publicadas en un medio de tanta fama y aval frente a la opinión pública internacional, distorsionan la realidad de la situación de los haitianos en República Dominicana.
Crean la sensación de que existe persecución sistemática y por demás criminal contra ellos, cuando es todo lo contrario.
Si hubiera xenofobia, no tendríamos las frecuentes y normales ferias fronterizas en los que haitianos y dominicanos comparten el comercio de mercancías diversas.
No cabrían ni se aceptarían en los hospitales de maternidad o de otras especialidades a los haitianos ilegales que vienen aquí a procurar atenciones de salud.
Tampoco podrían vivir en paz y desarrollar sus actividades productivas los que moran en los llamados “Petit Haití” que existen en varias provincias dominicanas, y sobre todo en la Capital.
No podrían estar, tampoco, los miles de estudiantes haitianos que cursan diferentes carreras profesionales en nuestras universidades.
Y resultaría difícil que otros tantos miles se ganaran el sustento suyo y de sus familias trabajando en la construcción, en la agricultura, en los lujosos hoteles y centros turísticos y en la diversa gama de oportunidades que les ofrece esta sociedad.
Luce una falacia pretender proyectar la imagen de un Estado atropellante y abusador mientras se le desconoce el tremendo peso que soporta para aliviar, con comida, con insumos esenciales, con trabajo y con una asombrosa laxitud en materia migratoria, a un pueblo que no encuentra vías ni momentos de sosiego y de estabilidad para salir adelante.
Ahora bien, estas distorsiones se difunden y adquieren afuera categoría de verdad porque aquí carecemos de una eficaz maquinaria para poner las cosas en su justo lugar cuando se nos hace daño de esa manera.
Y, además, porque aquí impera un increíble desorden en lo que concierne al registro y control de los extranjeros, lo que propicia que cualquier acción destinada a corregir una irregularidad se interprete como un abuso a los derechos humanos o como una aberrante política o actitud discriminatoria frente a los haitianos en particular.
En la medida en que no nos hagamos respetar frente a estas malévolas distorsiones, en esa medida seguiremos siendo víctimas, injustamente, de acusaciones que no tienen asidero pero que, en el orden internacional y mediático, cumplen la función de rebajarnos y desacreditarnos como nación y pueblo tradicionalmente hospitalario y solidario.
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