Saturday, December 24, 2005

....Y en la tierra paz a los hombres







SANTO DOMINGO, RD. -







Los dominicanos, que sentimos por María, su venerada madre, un cariño tan especial, debemos aprovechar este día y esta noche para alegrarnos de la noticia que dio el ángel a los pastores de Belén y asumir el compromiso y la actitud de ser mejores ciudadanos, mejores hermanos, mejores creyentes.


No hay acontecimiento histórico más grandioso , incomparable y misterioso para la humanidad que el nacimiento de Jesucristo, el hijo de Dios.


El que el Creador de la tierra y todas sus especies se humanizara y se confundiera con todos nosotros a través de su hijo, sacrificado luego en la cruz para expiar todos nuestros pecados, es la más elevada y suprema prueba de amor que ha podido darnos.

Sin embargo, pese a la trascendencia de esta encarnación, gran parte de esa humanidad no responde todavía a sus amorosos designios de paz, de confraternidad y de hermandad.

Por el contrario, muchos lo ignoran, lo olvidan o rechazan admitirlo como centro de sus vidas.

La era cristiana, que se inicia seis o siete años después del nacimiento de un niño de familia humilde en un pesebre de Belén, porque la madre y el padre no encontraron albergue en las posadas de ese pueblo, había sido profetizada por lo menos siete siglos antes de que se produjera.Durante todo ese tiempo, Dios se valió de profetas y señales para avisar de su venida al mundo y ésta se cumplió exactamente como había sido anunciada.

Los evangelios relatan que un ángel del Señor se apareció de noche, iluminado, ante unos pobres pastores vecinos de Belén y les dijo: “No teman, les traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”, y para facilitar su búsqueda, les especificó que encontrarían un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Como el propio Dios le había prometido al rey David lealtad eterna para su descendencia, todo el mundo esperaba que ese Mesías que se había profetizado se asemejaría a un rey, con todos sus ornamentos y su poder.

Pero no resultó así. Lo que nació en Belén es la expresión más auténtica de la pobreza y la humildad, y estas dos características marcaron las preferencias y la conducta de Jesús a lo largo de su peregrinaje humano y divino entre nosotros.

La humanidad tiene que recogijarse de que un día como hoy haya tenido la gracia de Dios hacerse igual entre nosotros, menos en el pecado, desde luego, y que su misericordia, su caridad y su amor por las criaturas de su creación hayan sido inconmensurables.

Los dominicanos, que sentimos por María, su venerada madre, un cariño tan especial, debemos aprovechar este día y esta noche para alegrarnos de la noticia que dio el ángel a los pastores de Belén y asumir el compromiso y la actitud de ser mejores ciudadanos, mejores hermanos, mejores creyentes.

“Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor”.

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