El lobo vino otra vez
SANTO DOMINGO.-El Gobierno nunca debió de abandonar el plan nacional de ahorro de combustibles que estuvo en vigor por pocos meses el año pasado.
Aunque las primeras medidas parecían incómodas de aceptar, poco a poco la ciudadanía comprendió que se trataba de una acción ineludible y necesaria para contrarrestar el efecto de las alzas petroleras en nuestra economía.
El plan, en realidad, nunca fue aplicado en su totalidad. Sólo comprendió, por unas semanas, el horario especial nocturno y en los días feriados de las gasolineras, un tardío programa de colocación de bombillas más económicas, una sincronización de semáforos dotados de un sistema energético alternativo y un breve lapso en el cual los vehículos oficiales dejaban de circular los fines de semana.
Otras medidas contempladas jamás tuvieron aplicación real o eficaz, como la eliminación de todos los obstáculos y problemas que afectan la circulación fluida de los vehículos en nuestras calles. Ni se retiraron las famosas “chatarras” del sistema de transporte público, ni se crearon los carriles de los autobuses, tampoco se eliminaron los llamados “policías acostados”...
El único aspecto del plan que todavía persiste es el del sistema interdiario de servicio de concho, que muy pocos respetan.
El mecanismo de ahorro de energía en las entidades públicas se olvidó enseguida aparecieron las primeras señales de abandono del plan.
Ahora estamos de nuevo ante la misma encrucijada que obligó a tomar aquellas medidas el año pasado. La crisis de los precios petroleros nunca desapareció. Ocurrieron vaivenes, pero nunca hasta llegar a los precios que conocimos antes del 2002, año a partir del cual se triplicaron hasta amenazar con llegar, en pocos días, a los 80 dólares el barril. No se descarta que puedan trepar hasta los 100 dólares más adelante.
Este repunte reciente de los precios, debido a las tensiones entre Estados Unidos e Irán y a la reducción de las reservas internacionales, hace imperativo restaurar el plan de ahorro, asumiéndolo como un asunto de vida o muerte, no como una ficha de juego en el tablero del populismo político o la demagogia, o como una moda pasajera para salir del paso a una dificultad.
Ojalá que el Gobierno entienda que el horizonte se ensombrece más de la cuenta a causa de las alzas petroleras y del agudizamiento de las condiciones de miseria y pobreza en que vive la mayoría de los dominicanos, que se harían más severas en un ambiente de inflación, de desencanto y descrédito del sistema político y de inseguridad ciudadana.
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