Wednesday, April 12, 2006

El perdón a la traición

SANTO DOMINGO.-La costumbre de vender a un amigo por dinero no se inauguró con la era de Judas.

Antes de Cristo, los griegos legaron para la posteridad algunos ejemplos de intercambio mercurial de sus principios afectivos y lealtades existenciales.

Los romanos también nos enseñaron que el acto de seguir un ideal o una causa podría ser vulnerado cuando la situación económica aprieta los estados de conciencia.

Si el caso de Judas es el que ha trascendido como símbolo supremo de esta peculiar manera de medir la volatilidad del sentimiento afectivo, se debe a la dimensión de la figura objeto de la traición: Jesús, el hijo de Dios, el mayor ejemplo de humildad y grandeza que haya podido existir sobre la tierra.

Judas era, según distintas tradiciones, un extremista sin principios; su segundo nombre, Iscariote, ha sido interpretado como una deformación de sicari, la palabra latina que designaba a los guerrilleros urbanos judíos que usaban puñales -sicarius- nombre que ha llegado a nuestro presente para bautizar el triste oficio del asesino a sueldo.

Muchos historiadores consideran que la traición de Judas no fue por bajeza, sino por soberbia, por un complejo de inferioridad ante la gran figura de Cristo y sentirse incapaz de hacer el acto que nuestro Señor iba a realizar para salvar a todos los mortales: el perdón.

Con esa virtud, Cristo nos legó una de sus grandes enseñanzas. Su misión era tan importante que pasaba por encima de la nimiedad de un mediocre.

El resentimiento, el egoísmo, las ínfulas de grandeza, los desmanes del poder y el envilecimiento interior son categorías que Dios nos ensenó a eliminar a través de la sinceridad del perdón.

Ojalá que los dominicanos, al reflexionar en el enorme sacrificio del hijo de Dios en la cruz, se hagan también el propósito de superar las mezquindades y aberraciones que pudieran albergar en sus corazones, y amar al prójimo, perdonándole todas sus ofensas.

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