Tuesday, April 11, 2006

Judas y sus imitadores

SANTO DOMINGO.-La Pascua cristiana recuerda la muerte de un judío y la traición de otro. Jesús ha quedado como el modelo del sacrificio altruista, y Judas como el nombre del egoísmo más abyecto.
Lo único que se sabe de Judas Iscariote es que un día, hace 1966 años, entregó a su jefe y se convirtió, sin más trámite, en el símbolo universal de la traición.

Aquella semana, hace 1966 años, Israel festejaba la Pascua judía: Jerusalén estaba llena de peregrinos, agitada, al borde del caos. Por eso, se supone, Jesús fue a predicar allí: debía ser el momento en que podrían reconocerlo como el Mesías que decía ser.

En las calles de la ciudad Jesús aseguró que el Reino de Dios estaba próximo, pero su prédica no recibió la respuesta que él esperaba. Ese jueves, Jesús convocó a sus apóstoles a una cena, que después se llamaría la Última Cena.

Y, mientras comían, anunció que su fin estaba próximo y que uno de ellos habría de traicionarlo. Poco después dio a Judas un trozo de pan embebido en salsa y le dijo: Lo que tengas que hacer, hazlo enseguida. Y Judas, obedeciendo a su señor, salió a buscar a los sacerdotes a los que debería entregarlo.

Después, cuentan los Evangelios, cuando su traición ya estaba consumada, Judas no pudo soportar la culpa, devolvió las 30 monedas del “precio de la sangre” y se colgó.

En esa misma disyuntiva de Judas ha visto la humanidad a otros seres execrables y miserables que hipotecan la poca vergüenza y dignidad que les queda para traicionar a aquellos que les ofrecieron amistad, auxilio y lealtad sin condiciones.

Es la naturaleza humana, tan proclive a la doblez moral, al pecado y a la venta de conciencia al mejor postor, que se manifiesta en cualquier tiempo y en cualquier sociedad. La nuestra no escapa a la corrosión de estas especies y por eso la traición es causa de muchas fricciones, tanto en la vida política, empresarial, en cualquier organización humana como en el seno de las familias.

Cuando la mezquindad, la ambición, la envidia y la inmoralidad se aposentan en el corazón de los hombres, la traición, la puñalada artera, el abandono de los amigos y el desprecio por la lealtad se hacen presentes, reacordándonos la fragilidad de los valores y principios por los cuales Jesús se entregó al sacrificio para redimir a la humanidad.

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