La grandeza del lavatorio de pies
SANTO DOMINGO.-Antes de comenzar la última cena Jesús “...sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla , se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.” (Jn 13 3-5).
Este episodio ha sido considerado como un modelo de ejemplaridad que se ha transmitido de generación en generación. Ha llegado hasta nuestro presente como evidencia de la autenticidad del sentimiento más legítimo de amor y de entrega al prójimo.
Jesús, que tiene todo el poder de Nuestro Señor, se olvida de su condición de hijo de Dios y les lava los pies a doce humildes discípulos. A través de su hijo, Dios mismo quiere recordarnos que la grandeza de todo cuanto existe no reside en el poder y en el sojuzgar a otro, sino en la capacidad de servir.
Y que al entregarse a los demás, se alcanza la Gloria. Jesús mismo ya se lo había dicho a los discípulos: “...el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.” (Mc 10, 43-45).
El mensaje que Jesús nos legó con su propia vida el Jueves Santo se relaciona con la necesidad de preparar a los hombres para enfrentar la prueba de la vida terrenal apegados a principios fundamentales como la humildad, el desinterés, la espiritualidad, el servicio a los demás.
Un hombre debe sentir como un honor inclinar su frente ante el prójimo. Es la única forma de preparar a seres humanos que en todo momento estén al servicio de Dios y que sean capaces de liderar a sus pueblos y llevarlos por el camino de la salvación.
En los albores de un nuevo milenio, el mundo vive sumido en las tinieblas del egoísmo, donde se ha puesto de moda la cultura de la muerte. Un tiempo donde valores fundamentals del ser humano como la humildad, el desprendimiento, el desinterés y el amor a los semejantes, cada día parecen perder vigencia ante el empuje de la avaricia, el crimen, la codicia, el abuso y la maldad.
En medio de un contexto tan controversial, el Jueves Santo es un día en el que Dios nos invita a reconocer el amor de esos hombres que viven para servir a los demás.
Mirar a Dios, hacerlo nuestro, y llevarlo en nuestro interior en cada instante de la vida es el mejor servicio que podemos hacer para contribuir a que estos tiempos oscuros desaparezcan más temprano que tarde.
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