Wednesday, April 19, 2006

Los generales Vs. Rumsfeld

SANTO DOMINGO.-La guerra de Vietnam produjo en la sociedad norteamericana una profunda y verdadera sensación de derrota nacional, y tanto el poder político como el militar quedaron seriamente cuestionados y culpabilizados por aquel ejercicio inútil -a la par que sangriento- de su poderosa maquinaria de fuego para doblegar a un pueblo en rebeldía.

Las manifestaciones estudiantiles y de otros grupos de presión interna, así como el amplio rechazo que esa guerra despertó en todo el mundo, sirvieron de telón de fondo a la obra del mayor del Ejército H.R. McMaster, titulada “Dereliction of duty” (Abandono del deber), en la que puso al descubierto la grave falta de los estrategas y conductores militares de la guerra al no decir toda la verdad de los hechos al presidente Johnson, para no sufrir las represalias del secretario de Defensa y sus asesores civiles por ese disenso.

Algo semejante parece ocurrir en estos tiempos, en que un grupo de generales retirados ha salido, uno a uno, a cuestionar los presupuestos estratégicos y tácticos aprobados por el secretario de Defensa, Ronald Rumsfeld y, obviamente, por el mismo presidente Bush, para lanzar y mantener la guerra contra Irak.

Aunque con una diferencia crucial: en 1960 los generales al mando parecieron convencerse de que era imposible hacer cambiar al secretario McNamara sus planes de guerra y se conformaron con tratar de sacar el mayor capital de méritos a esa aventura, perdiéndose de algún modo el criterio de grupo y la capacidad colectiva para asesorar adecuadamente al Presidente, según la explicación de McMaster.

Semanas antes de que se materializara la invasión a Irak para sacar del poder a Saddam Hussein y desatar una guerra contra el terrorismo internacional, nada más y nada menos que el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Erick Shinseki, al comparecer ante una comisión del Senado, dijo que se necesitarían cientos de miles de soldados para que aquella operación resultara eficaz.

Ese cálculo chocaba con los del secretario Rumsfeld, quien de inmediato, y secundado por su subsecretario Paul Wolfowitz, defenestró del cargo al general Shinseki, lo que mandó al resto del generalato el mensaje clarísimo de que otro disenso igual no sería tolerado por los llamados “halcones” de la Casa Blanca.

Ahora parece comprobarse que el número de tropas decidido por Rumsfeld no ha sido el apropiado para alcanzar los objetivos iniciales.

Es probable que este malestar haya sido la causa por la que también fuese irradiado de ese círculo el ex jefe del Estado Mayor Conjunto y entonces secretario de Estado, Colin Powell, y por la que, durante algún tiempo, los generales norteamericanos se hayan guardado para sus adentros sus íntimas convicciones acerca del desatino y los errores que se cometían con esa invasión.

Ahora las críticas públicas han originado una verdadera tormenta en el Pentágono, porque más generales retirados se unen para reclamar la renuncia de Rumsfeld, a lo que éste se niega.
Los analistas norteamericanos no dudan que si esta burbuja de desacuerdos prosigue termine por alcanzar al propio presidente Bush, en definitiva, el principal responsable de esa acción armada que el mundo ve y enjuicia ahora desde una perspectiva diferente a la que asumió en el 2003 y que ha mellado, bastante por cierto, la cota de popularidad y apoyo con que el mandatario emprendió esta histórica cruzada contra el terrorismo internacional.

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